Nuestra historia

Un decenio es lo que llevan los socios –200– de Olivafuer produciendo uno de los principales protagonistas de la dieta mediterránea. El viento que azota Fuerteventura es gran responsable de que la aceituna haya alcanzado el protagonismo del que goza en la actualidad.


El Cabildo de Fuerteventura traía al vivero que tiene en la Granja Experimental de Pozo Negro todo tipo de árboles, sobre todo olivos de las variedades picual y arbequina, para crear cortavientos que protegieran a las gavias; esos sistemas agrícolas tradicionales que captan la escasa agua que riega la isla para convertir terrenos semiáridos en vergeles productivos. Ese sistema de defensa olivarero comenzó a extenderse también a todas las parcelas en las que se cultivaban hortalizas como papas o lechugas.


La proliferación de la olea europaea (nombre científico del árbol) trajo consigo su fruto. «Nos dimos cuenta de que teníamos una apreciable cantidad de aceitunas, pero no sabíamos qué hacer con ellas», relata el presidente de Olivafuer, Pepe Santana. La necesidad estaba sembrada. Restaba conseguir la financiación necesaria para abordar el proceso de transformación de la aceituna en oro líquido. El Cabildo de Fuerteventura vio la jugada a la primera y puso su maquinaria en marcha para llevar el proyecto a buen puerto. «Ellos y la Caja Rural fueron decisivos para que llegara la primera almazara», nombre que reciben los molinos en los que se machaca la aceituna y se obtiene el aceite.


En continuo crecimiento


Ese primer ingenio insular molturaba (molía) 600 kilos de aceitunas a la hora. En pocos años quedó amortizado ante el continuo crecimiento de la producción. Hace «unos tres años», explica el presidente de Olivafuer, la asociación se dirigió de nuevo a la institución insular para explicar que la almazara no daba abasto.


Llegó entonces una capaz de transformar una tonelada a la hora. El salto exponencial tenía por objetivo dar cobertura a ese 200% en que la producción olivarera se ha incrementado durante los últimos diez años. «En Gran Canaria hay 120 hectáreas, en Fuerteventura vamos por las 90 y en Tenerife, unas 70», enumera Santana.


Olivafuer vino a poner orden en un fenómeno que se hizo mayor en poco tiempo. Y no solo eso, también a marcar nuevos retos para mantener el dinamismo entre los productores. ¿Qué más podía hacerse? Dar un barniz de canariedad a esta pequeña industria de la que desde la asociación aseguran que nadie vive aún en exclusiva; «es un ingreso más», aclara el presidente de la asociación.


Los propietarios de los olivares colocaron en el horizonte la recuperación de la variedad verdial. Esa aceituna llegó a Fuerteventura en el inicio del siglo XV de la mano de los conquistadores. El protagonismo del fruto queda reflejado en la existencia de topónimos como El Aceitún, El Aceitunal o el que luce el mismo municipio norteño de La Oliva.


También, si bien de factura más reciente, la existencia de elementos destinados al proceso de transformación. «En la Casa de los Coroneles hay dos piedras cónicas que son para molturar aceituna. Eso quiere decir que hace 200 o 300 años los militares que había ahí ya tenían experiencia en este campo», expone el presidente de Olivafuer. También revela que en el enclave conocido como la Rosa de Catalina García existen «olivos centenarios, y también en la Casa de los Rugama y en Agua de Bueyes», cuenta Pepe Santana. Es decir, la relación de Fuerteventura con los olivares viene de lejos, hay base histórica. Antes de que las gavias demandaran la llegada de estos árboles para protegerlas del viento, los olivos centenarios salpicaban aquí y allá el paisaje de la isla.


Olivafuer decidió echar la vista atrás para recuperar parte del legado agrícola majorero y para diferenciarse del resto de las producciones de aceite. Pero también lo hizo porque la verdial ofrece una ventaja sobre la picual o la arbequina. Mientras estas deben recogerse en verano, cuando el sol más castiga, la que trajeron los castellanos hace más de 600 años se recolecta en octubre o noviembre.


No es que esta variedad sea exclusiva de las Islas, también existe en Málaga o Huelva, pero los productores majoreros quieren saber más. Por eso Olivafuer está analizando la genética del fruto para saber si existen diferencia con la verdial andaluza y poder obtener así «una denominación de origen, que es un sello de calidad», expone Santana. Supondría saltar al terreno en el que juegan, con producciones gigantes en comparación con la canaria, la jienense picual o la tarraconense arbequina.